Enfrentarse a Dune es como ponerse delante de un universo entero y tratar de acotarlo o entenderlo. Sobre todo cuando descubres que, después del primer libro y una o dos películas, solo has vislumbrado un trocito ínfimo del universo que Frank Herbert dio a conocer en 1965. Tras su trilogía inicial y un rotundo éxito escribió tres novelas más, desvelando un mundo en un futuro incomprensible en el que las fechas propuestas se nos hacen inalcanzables.
Pero quizá los temas tratados no nos resulten tan desconocidos ni tan atemporales:
- La figura mesiánica que los Fremen ven en Paul Atreides, extranjero al que esperan.
- La desertización del territorio, la visión ecologista de los Fremen y el santuario que están creando, a partir de la generación de pequeñas plantas, como inversión para su supervivencia. Dicen que la falta de agua será la causa de la III guerra mundial.
- La economía imperialista, basada en la melange, una especia omnipresente en Arrakis que algunos críticos han comparado con el petróleo.
- La religión con su total influencia y presencia en lo económico y lo político, a través de las figuras de las Bene Gesserit y la Missionaria Protectiva.
- La eugenesia, a través de la manipulación y la criba genética, para conseguir al tan ansiado Mesías. Recuerda a los experimentos de la Alemania nazi, ¿verdad?
Lo veia en una de las estanterías de casa y me resistí a leerlo durante años. La ciencia ficción nunca me ha emocionado demasiado (nunca fui fan de Star Wars, lo siento). Pero reconozco que me ha enganchado y me ha sorprendido gratamente. Dejaré que pose en mi cerebro y mi mochila de lector y, quién sabe, quizá en un tiempo no tan lejano me anime a seguir con el resto de volúmenes. ¿Seré capaz de llegar hasta el final?